En momentos de incertidumbre en los que la soledad no era una opción para muchas, pero sí una necesidad, encontré unos coloridos hilos que me guiaron a abrazar una parte de mí misma que no conocía, o mejor dicho, me negaba a conocer.

Para mí, bordar es un proceso de temor y vehemencia, sí, como esa primera vez que nos lanzamos  en la profundidad del agua con impulso pero sintiendo un latente temor en el pecho por terminar ahogados; un impulso que, a pesar del momentáneo pero no minúsculo susto, termina siendo una gratificante hazaña.

Mientras se borda se narran historias, se hace arte, artesanías…es un proceso que refleja sentires en cada puntada, que plasma nuestros sentimientos y captura momentos del entorno en el que se ha realizado el bordado y todo el proceso creativo relacionado.

El  bordar nos abre espacios de juntanza,  de conocimiento y de autoconocimiento, nos pone a hablar con nosotras mismas y entre nosotras; algo muy valioso pero que muchas veces es difícil de llevar a cabo cuando el encierro en nuestro mundo no solo es en las cuatro paredes de la casa, sino que es aquel que también nos impide abrir los ojos para percibir y conocer las diferentes formas y colores que hacen parte de nuestro interior.